Vida de Jesús

El advenimiento

Gonzalo Darrigrand
5 min readJan 9, 2023

La concepción

Judá ha estado bajo el control de Roma durante casi un siglo. Muchos judíos esperan la llegada del Mesías que los liberará de esta dominación y que restaurará, de esta manera, la gloria de su nación.

La cronología sugiere que el tiempo del Mesías está próximo. Hay 14 generaciones desde Abraham hasta David, 14 desde David hasta el exilio en Babilonia y 14 desde el exilio hasta el Cristo esperado (Mesías).

En este contexto de esperanza y exaltación religiosa, Dios envió al ángel Gabriel para que revelara sus planes a María, una joven que habitaba en Nazaret [1] y que estaba comprometida para casarse con José, un descendiente de David. Gabriel se le apareció a María y le dijo: “María, has sido elegida, pues el Señor tiene planes contigo”. La muchacha se exaltó, se sintió confundida y muy preocupada ante semejante noticia. Pero Gabriel continuó: “No temas María. Dios te ha favorecido y tendrás un hijo, al que pondrás por nombre Jesús”. Le dijo, además, que su hijo sería un gran líder y que se lo conocería como el “Hijo del Altísimo”. Le prometió que Jesús ocuparía el trono de su padre David y que reinaría sobre la familia de Jacob para siempre.

Sorprendida, María le preguntó a Gabriel cómo podría traer un hijo al mundo siendo que aún era virgen. A lo que el ángel respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá. Por eso el niño que nazca será conocido como el ‘Hijo de Dios’. Incluso tu prima Elizabeth, que es ya casi anciana, está a punto de tener un hijo, pues Dios también así lo desea”. María aceptó la voluntad del Señor y dijo a Gabriel: “Soy su sierva. Que se cumpla lo que has dicho”. Después de esto, Gabriel desapareció.

María, luego de quedar embarazada, pasó unos días junto a su prima Elizabeth en Judea. El niño que Elizabeth llevaba en su vientre se movió con fuerza al oír la voz de María y su madre fue captada por el Espíritu Santo. Entonces dijo:

“¡Eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el hijo de tu vientre! ¿Pero cómo es posible que yo sea tan afortunada de que la madre de mi Señor venga a visitarme?… ¡Eres bendita porque has creído que lo que el Señor te dijo se cumplirá!”.

María le respondió a Elizabeth:

“Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador, porque ha tenido en cuenta mi condición humilde para ser su sierva. Desde ahora en adelante, todas las generaciones me llamarán bendita, porque el Poderoso ha obrado en mí cosas sagradas. Santo es su nombre y de generación en generación su misericordia se extiende a quienes le temen. Ha realizado prodigios con su fuerza, ha dispersado a los soberbios en sus pensamientos y ha derribado a los poderosos de sus tronos, mientras exalta a los humildes. Ha llenado de bienes a los hambrientos y ha enviado a los ricos con las manos vacías. Ha ayudado a su siervo Israel, acordándose de su misericordia hacia Abraham y sus descendientes para siempre, tal como lo prometió a nuestros antepasados”.

María y su prima permanecieron juntas durante tres meses hasta que la anciana Elizabeth dio a luz un niño. Una semana después, María regresó a Nazaret.

Juan recibió su nombre en la ceremonia de circuncisión, a ocho días de haber nacido. Inicialmente iban a ponerle el mismo nombre que su padre, pero su madre dijo: “No, se llamará Juan”. Esto sorprendió a sus vecinos y parientes, ya que Juan no era un nombre común en la familia. Zacarías, su padre (un anciano sacerdote judío muy respetado) debía indicar el nombre que había elegido para el niño y cuando le alcanzan una tableta para que escriba su nombre, debido a que había perdido el habla, para sorpresa de todos, escribió: “Su nombre es Juan”.

Muchos piensan que Juan, el hijo de Zacarías, es finalmente el Mesías profetizado. Durante meses, todos hablan de su milagrosos nacimiento. Como testimonio, Zacarías recupera su voz, comenzó a hablar y tomado por el Espíritu Santo alabó a Dios y profetizó:

Alabado sea el Señor, Dios de Israel,

porque ha venido a su pueblo y los ha redimido.

Ha levantado un cuerno de salvación para nosotros

en la casa de su siervo David,

como había prometido a través de sus santos profetas hace mucho tiempo.

Nos ha librado de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian.

Ha mostrado misericordia a nuestros antepasados

y ha recordado su santo pacto,

el juramento que hizo a nuestro padre Abraham:

nos ha rescatado de la mano de nuestros enemigos,

para que podamos servirle sin temor

en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días.

Y tú, hijo mío, serás llamado profeta del Altísimo,

porque irás delante del Señor para preparar su camino.

Le darás a su pueblo el conocimiento de la salvación

a través del perdón de sus pecados,

gracias a la tierna misericordia de nuestro Dios,

por la cual el sol naciente vendrá a nosotros desde el cielo

para iluminar a los que viven en tinieblas

y en la sombra de la muerte,

y guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Los vecinos quedaron asombrados y toda Judea comentaba estos sucesos. Todos los que lo oyeron se hicieron la misma pregunta: “¿Qué será de este niño?” La mano del Señor estaba con él.

Para continuar esta historia en que se narran los primeros días de Jesús, sigue los links: El nacimiento y el posterior bautismo en El bautismo.

[1] María y José eran habitantes de Nazaret, una pequeña ciudad en el norte de Israel. Según la Biblia, María y José eran descendientes de la familia del rey David y vivían en Nazaret cuando Jesús nació. Después de la advenimiento de Jesús, la familia se trasladó a Belén, ya que era la ciudad de origen de David y José debía registrarse allí para el censo romano.

La historia de la concepción de Jesús, se cuenta en el libro de Lucas. La del encuentro entre María y su prima Elizabeth se narra en los libros de Lucas y Mateo. De acuerdo con el Nuevo Testamento de la Biblia, Elizabeth era esposa de Zacarías, un sacerdote judío descendiente de la familia del rey David. Elizabeth y Zacarías eran ancianos y no podían tener hijos, pero Dios les concedió un hijo quien con el tiempo se convertirá en Juan el Bautista.

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Una voluntad servida por una inteligencia

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