La vuelta de Martín Fierro (XXXIII)
Canto (XXXIII)
Sobre el fondo de un final conmovedor, en el que Fierro y sus hijos deciden cambiar sus nombres y tomar cada uno su destino, reaparece la voz del propio Hernández quién a la manera de un narrador testigo va a asistir a la despedida de sus personajes y hasta será confidente de una promesa que ellos se hacen mas no la puede decir, pues secreto prometieron.
El secreto de esta promesa carga de trascendencia a esta despedida y la muda y cambio de nombres servirá como recurso literario tanto para ocultar culpas a la vez que nos va a invitar también, a partir de este momento, a ver en cada gaucho un hijo de Fierro.
Las historias se cierran hasta que nos quedamos en soledad con un libro entre las manos, un libro que se pretende como parte de un engranaje capaz de alcanzar la mesa del poder.
Y en lo que esplica mi lengua
todos deben tener fe.
Ansí, pues, entiéndanmé,
con codicias no me mancho,
no se ha de llover el rancho
en donde este libro esté.
Esta es una cuestión muy interesante porque no existen muchos libros en los que se ofrezcan referencias al propio libro, lo hizo Cervantes con su Quijote y Sarmiento en los prólogos de Facundo, “este libro llegará al despacho del tirano” escribe el sanjuanino, mientras que, en el caso de Hernández, al cerrar su obra con un consejo, no se ha de llover el rancho en donde este libro esté, su intención es transformarlo en un libro de educación popular, en un libro de oras, un libro de rezos laicos y de orientación moral.
Mas naides se crea ofendido
pues a ninguno incomodo,
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno
NO ES PARA MAL DE NINGUNO
SINO PARA BIEN DE TODOS.
FIN