La vuelta de Martín Fierro (XVIII)
Canto (XVIII)
Los perros, esos santos seres que merecieron el buen trato del viejo vizcacha, en este canto XVIII lloran la muerte de su amo. Al tiempo que el hijo menor de Fierro siente un renovado desamparo y se halla sin poderse consolar, los perros para aumentar más sus miedos y tormentos en aquel mesmo momento se pusieron a llorar.
El hijo de Fierro abandona espantado el lugar y, a continuación, se narra un hecho escatológico en este canto, pues los perros se comen la mano insepulta de don vizcacha:
Supe después que esa tarde
vino un pión y lo enterró,
ninguno lo acompañó
ni lo velaron siquiera,
y al otro día amaneció
con una mano dejuera.
Y me ha contado además
el gaucho que hizo el entierro,
al recordarlo me aterro,
me da pavor este asunto,
que la mano del dijunto
se la había comido un perro.
Esta situación podría interpretarse como una especie de homenaje a este hombre que logró elevar a la categoría de leyenda el arte de la rapiña.
Los aullidos agregan dramatismo al dolor que siente el hijo de Fierro que ha perdido con la muerte de vizcacha, el único vínculo que tenía con algo que pueda percibirse como una familia. Pero no es sólo dolor lo que siente el hijo segundo de Martín Fierro sino que también siente miedo de verse desamparado.
Y como anda a su albedrío
todo el que güérfano queda,
alzando lo que era mío
abandoné aquella cueva.
En la última estrofa de este canto se rebela un rasgo muy particular del hijo segundo de Fierro,
Por mucho tiempo no pude
saber lo que me pasaba.
Los trapitos con que andaba
eran puras hojarascas,
todas las noches soñaba
con viejos, perros y guascas.
Esto quiere decir que es incapaz de entender qué es lo que siente, situación que se aclarará en el canto siguiente.