La vuelta de Martín Fierro (XV)
Canto (XV)
Si entendemos al consejo como una recomendación orientada a la consecución de un bien, lo primero que corresponde decir sobre quien recomienda es que practica, a su modo, un acto de generosidad. Quizás por esto el viejo vizcacha, un personaje picaresco y de naturaleza egoísta, solo se dispone a aconsejar cuando está borracho.
Me parece que lo veo
con su poncho calamaco.
Después de echar un buen taco
ansí principiaba a hablar:
«Jamás llegués a parar
a donde veas perros flacos.»
Casi todos sus consejos, no todos, enseñan el egoísmo, la desconfianza, el ocultamiento del interés propio y, en el mejor de los casos, la prudencia.
«El primer cuidao del hombre
es defender el pellejo.
Lleváte de mi consejo,
fijáte bien en lo que hablo:
el diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo.»
Sus consejos son la expresión de una sabiduría práctica, materia y casi animal, orientada a la necesidad de sobrevivir en un ambiente hostil, a la necesidad de comer y no ser comido y de vivir con el menor esfuerzo posible.
«Dejá que caliente el horno
el dueño del amasijo.
Lo que es yo, nunca me aflijo
y a todito me hago el sordo.
El cerdo vive tan gordo
y se come hasta los hijos…»
En este contexto, luego de ofrecer sus consejos, el viejo vizcacha, ya completamente ebrio, se duerme mesturado entre los perros, como si la sabiduría de la que provienen sus consejos surgiera de la propia animalidad.
Con estos consejos y otros
que yo en mi memoria encierro,
y que aquí no se desentierro
educándome seguía,
hasta que al fin se dormía
mesturao entre los perros.
En cualquier caso, lo que él aconseja está en consonancia con lo que es su vida cotidiana, lo que permite adivinar una coherencia entre lo que dice y lo que hace. Como sabemos, podría decir vizcacha, entre el dicho y el hecho hay mucho trecho.