La vuelta de Martín Fierro (VXI)

Gonzalo Darrigrand
2 min readNov 6, 2022

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Canto (XVI)

En los cantos XIV y XV el hijo menor de Fierro había ofrecido un retrato muy preciso de la calidad humana de su tutor.

Ahora, el largo relato de su agonía, va a conducir a las máximas expresiones de esa naturaleza. Una naturaleza que, enfrentada a la inminencia de la muerte, parece despojarse de sus atributos contingentes como el egoísmo, la violencia o el carácter ladrón de don vizcacha, para revelarnos su familiaridad con el mismísimo demonio.

Allá pasamos los dos

noches terribles de invierno.

Él maldecía al Padre Eterno,

como a los santos benditos,

pidiéndole al diablo a gritos

que lo llevara al infierno.

En su agonía, vizcacha maldice a dios, rehúye como un poseso de cualquier símbolo religioso e incluso, como vimos, invoca al diablo. Y, sin embargo, es evidente que Hernández no ha deseado cargar de un sentido dramático esta agonía, pues el hijo segundo de Fierro cuenta más con curiosidad que con espanto la muerte de su tutor, a la vez que siempre ha permanecido a su lado asistiéndolo aún a costa de su propia salud dado que vizcacha enferma de tuberculosis pulmonar, una dolencia altamente contagiosa. Tal vez, Fierro hijo haya salvado su vida por la precaución de no acercarse nunca al moribundo:

Nunca me le puse a tiro,

pues era de mala entraña;

y viendo heregía tamaña

si alguna cosa le daba,

de lejos se la alcanzaba

en la punta de una caña.

La opción por lo dramático se desactiva y queda descartada al comienzo de este canto cuando aparece un hombre que interrumpe permanentemente el relato para señalare al cantor varios errores de expresión, por ejemplo: uno que estaba en la puerta pegó el grito ay no más: «Tabernáculo… qué bruto, un tubérculo dirás.» intromisión que no deja de ser un recurso literario que apela al humor propio de la literatura gauchesca que, recordémoslo, no está escrita por gauchos sino por literatos que gustan, con mucha frecuencia, burlarse del habla campera. Para concluir, nos cuenta el menor de los Fierro, que a vizcacha:

Cuando ya no pudo hablar

le até en la mano un cencerro,

y al ver cercano su entierro,

arañando las paredes

espiró allí entre los perros

y este servidor de ustedes.

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Una voluntad servida por una inteligencia

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