La vuelta de Martín Fierro (VII)
Canto (VII)
La muerte de Cruz hunde a Fierro en un estado de desolación que en la descripción de sus síntomas podemos asociar, rápidamente, a una depresión. Ha perdido la voluntad, deambula de toldo en toldo, se tira a llorar junto a la sepultura de su amigo fallecido y piensa recurrentemente en todo lo que ha perdido.
Allí pasaba las horas
sin haber naides conmigo.
Teniendo a Dios por testigo
y mis pensamientos fijos
en mi muger y mis hijos,
en mi pago y en mi amigo.
En este contexto emocional se destaca su percepción del tiempo, que es muy interesante de leer y que, además, es poéticamente hermosa:
Privado de tantos bienes
y perdido en tierra agena,
parece que se encadena
el tiempo y que no pasara,
como si el sol se parara
a contemplar tanta pena.
En este estado emocional se halla nuestro héroe cuando, “del lado que venía el viento oí unos tristes lamentos que llamaron mi atención”. Él camina hacia el lugar de donde provienen esos lamentos y descubre a una cautiva, completamente ensangrentada y, a su lado, un indio con un rebenque en la mano también lleno de sangre. Esta imagen alcanza para disparar un relato escalofriante.