La vuelta de Martín Fierro (VI)
Canto (VI)
La muerte de Cruz, junto a la del cacique hospitalario que les salvó la vida, es el hecho más conmovedor del canto VI de La vuelta...
Sabemos que Fierro ha perdido a su mujer y a sus hijos, lo hemos visto llorar esas pérdidas, pero poco o nada, sabemos de la intimidad de esos vínculos y Fierro no nos ha contado otra cosa sobre su familia más que el dolor que le provocó su propia pérdida.
Con Cruz es distinto, él se ha vuelto protagonista en este relato. Es a Cruz a quien Fierro debe su vida. Sabemos, además, que por defender a Fierro se ha convertido en un gaucho perseguido, que ha tomado la voz principal en los cantos X, XI y XII de la primera parte de la obra y por él conocemos detalles de su vida familiar. Estamos frente a la muerte del hombre que vio, nada más y nada menos, llorar a Fierro.
Los pampas no saben cómo combatir la epidemia de virgüela negra que diezma a los salvages y Fierro no pierde la oportunidad de apuntar algunos barbarismos:
Sus remedios son secretos,
los tienen las adivinas.
No los conocen las chinas
sino alguna ya muy vieja,
y es la que los aconseja
con mil embustes la indina.
Allí soporta el paciente
las terribles curaciones.
Pues a golpes y estrujones
son los remedios aquellos,
lo agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.
Otros mortales también pagan con su vida lo que los indios interpretan como un gualichu o herejía:
Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco
y lo augaron en un charco
por causante de la peste.
Tenía los ojos celestes
como potrillito zarco.
Que le dieran esa muerte
dispuso una china vieja;
y aunque se aflije y se queja,
es inútil que resista.
Ponía el infeliz la vista
como la pone la oveja.
En este contexto, Cruz se contagia al asistir al cacique que los salvó de ser lanciados cuando llegaron a las tolderías y es esta solidaridad una de las circunstancias más humanas de todo el poema.
No podíamos dudar
al verlo en tal padecer
el fin que había de tener,
y Cruz que era tan humano:
«Vamos, -me dijo-, paisano,
a cumplir con un deber».
Escuchar en la voz de Fierro el relato de los últimos días de Cruz nos conmueve como lectores, pero sobre todo, es la historia que más pesa en la evocación que Fierro realiza de su pasado. Por eso leemos que el recuerdo lo atormenta, que le dan ganas de llorar y que nada a sus penas iguala.
Todos pueden figurarse
cuánto tuve que sufrir;
yo no hacía sino gemir
y aumentaba mi aflición,
no saber una oración
pa ayudarlo a bien morir.
Tanto le duele esta pérdida, que cuando tiene que narrar el momento en que Cruz enferma y muere de viruela Fierro canta, voy dentrando poco a poco en lo triste del pasaje, como si algo en él se resistiera a evocar un hecho tan triste.
De rodillas a su lado
¡yo lo encomendé a Jesús!
Faltó a mis ojos la luz.
Tube un terrible desmayo.
Cai como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz.