La vuelta de Martín Fierro (IX)
Canto (IX)
Si la pelea de Fierro con la partida de policía al final de la primera parte había conducido a nuestro personaje por una opción tan extrema como la de largarse a vivir con los indios; otra pelea, tanto o más electrizante que aquella, va a decidir su regreso a la civilización cinco años después.
La pelea con la partida de policía en la que Cruz se convierte al matrerismo se canta en 25 estrofas. Esta otra, en cambio, ocupará 36 estrofas y la encontramos al promediar el poema, bastante antes de alcanzar el final de la segunda parte.
En ambos casos la historia la relata el propio Fierro y es por esto evidente que ha sobrevivido a esos combates. Quizás esta circunstancia es la que nos impulsa menos a saber qué ocurre antes que a conocer el modo en que se desarrollan los incidentes.
Me sucedió una desgracia
en aquel percance amargo,
en momentos que lo cargo
y que él reculando va.
Me enredé en el chiripá
y cai tirao largo a largo.
Entre las coincidencias que podemos hallar entre una pelea y la otra, la más destacada es que Fierro salva su vida gracias a la intervención inesperada de un tercero. Antes fue Cruz tocado en su corazón por un santo bendito, mientras que en este segundo caso se trata de la cautiva que le quita de encima el indio a Fierro cuando ya sus fuerzas habían sido vencidas y su suerte parecía echada.
¡Bendito Dios poderoso,
quién te puede comprender!
Cuando a una débil muger
le diste en esa ocasión
la juerza que en un varón
tal vez no pudiera haber.
Esa infeliz tan llorosa
viendo el peligro se anima.
Como una flecha se arrima
y olvidando su aflición,
le pegó al indio un tirón
que me lo sacó de encima.
Un rasgo propio del romanticismo embellece esta pelea y es su carácter pictórico y su gusto por lo más sombrío de la violencia. Aquí Fierro nos relata que el indio resbala con el cuerpo mutilado del niño al que había destripado y describe:
Me hizo sonar las costillas
de un bolazo aquel maldito;
y al tiempo que le di un grito
y le dentró como bala,
pisa el indio, y se refala
en el cuerpo del chiquito.
Además, el relato finaliza con un procedimiento cinematográfico, pues por un momento los hechos se suceden como si el cantor se viera desde afuera al contar esta desgracia.
Tres figuras imponentes
formábamos aquel terno:
ella en su dolor materno,
yo con la lengua dejuera,
y el salvage como fiera
disparada del infierno.