La vuelta de Martín Fierro (IV)
Canto (IV)
Quien ha tenido que conocer el corazón de las tinieblas dispone, seguramente, de mucho para contar, pues ha gozado del raro privilegio de estar en contacto con eso que expresa lo ‘otro’, lo extraño, lo que no somos ni deseamos ser. A su vez, esta experiencia le es útil para demarcar los contornos de su propia identidad.
En el relato de Fierro y en el imaginario social que se construyó durante el siglo XIX, es el indio el que ocupa el lugar de la ‘otredad’. Si el malón significaba para el paisano de aquellos años una ocasión excepcional para entrar en contacto con lo ‘otro’, el relato que en el canto IV de La vuelta de Martín Fierro nos ofrece su protagonista, la ‘invasión’ está relatada desde las propias entrañas de su ejecución y no podía dejar de resultar sugerente.
Para pegar el malón
el mejor flete procuran.
Y como es su arma segura
vienen con la lanza sola,
y varios pares de bolas
atados a la cintura.
Encontramos, en este canto, un detalle mucho mayor en la descripción antropológica que Fierro realiza del indio pampa. Ya no es solamente vago y violento, es también cruel, despiadado y odia de muerte al winka (al cristiano). Además, nos ofrece un dato curioso, no sabe reír:
El indio nunca se ríe
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías.
La risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.
A pesar de esta observación aguda, tal vez lo más sugerente que se dice del indio, considerando que nos hallamos ya en época de la “Conquista del desierto” y que quién enuncia las denuncias sobre los indios es un gaucho que debe varios delitos, es lo siguiente:
Es tenaz en su barbarie,
no esperen verlo cambiar,
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe.
El bárbaro sólo sabe
emborracharse y peliar.