La vuelta de Martín Fierro (III)
Canto (III)
Sabemos que Fierro y Cruz, por decisión de un cacique, se salvan de ser lanciados al llegar a las tolderías. A cambio, serán mantenidos en cautividad y obligados a vivir separados por dos años, al punto que ni una conversación podrán mantener entre ellos.
Movidos por su inorancia
y de puro desconfiaos,
nos pusieron separaos
bajo sutil vigilancia.
Al cabo de los dos años, el cacique les concede el favor de volver a reunirse. Fierro y Cruz se retiran hasta las orillas de un pajonal y levantan un bendito con dos cueros de bagual. Allí pasarán lo que les queda de estadía, alejados de las actividades regulares de los indios, o a una distancia prudente de aquél infierno.
Se endurece el corazón,
no teme peligro alguno.
Por encontrarlo oportuno
allí juramos los dos:
respetar tan sólo a Dios
de Dios abajo, a ninguno.
Se trata, por otra parte, de una distancia que le permite a Hernández trabajar literariamente en la construcción del vínculo entre Fierro y Cruz.
Guarecidos en el toldo
charlábamos, mano a mano.
Éramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano.
Y la distancia facilita, además, que Fierro complete sus conocimientos sobre los indios pampas.
El indio pasa la vida
robando o echao de panza.
La única ley es la lanza
a que se ha de someter.
Lo que le falta en saber
lo suple con desconfianza.
Fuera cosa de engarzarlo
a un indio caritativo.
Es duro con el cautivo,
le dan un trato horroroso.
Es astuto y receloso, es audaz y vengativo.
A propósito de esto último, las categorías de lo ‘bárbaro’ o ‘salvaje’ que utilizaba indistintamente Sarmiento para referirse a los indios o a los gauchos, ahora cuando aparece en la voz de Fierro sirven sólo para diferenciarse del indio.