La vuelta de Martín Fierro (XVII)

Gonzalo Darrigrand
2 min readNov 6, 2022

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Canto (XVII)

Si lo que robaban los indios en los malones provocaba tristeza en el alma, lo que roba un viejo paisano pretende hacernos reír. En esta segunda parte del poema El gaucho Martín Fierro gana lugar el recurso humorístico y en este canto este recurso es patente.

Tres o cuatro vecinos acompañan al alcalde para realizar una requisa de los cacharros que ha dejado vizcacha luego de su muerte. Se produce una especie de improvisado velorio y los vecinos no pueden recordar ninguna obra de bien realizada por el difunto a pesar de que esta rememoración sea lo que se estila en estas circunstancias. Cuentan, entonces, situaciones más que cuestionables desde el punto de vista ético protagonizadas por vizcacha, era su costumbre vieja el mesturar las ovejas, pues al hacer el aparte sacaba la mejor parte y después venía con quejas y, también, Dios lo ampare al pobresito -dijo en seguida un tercero-, siempre robaba carneros, en eso tenía destreza, enterraba las cabezas,y después vendía los cueros.

Luego los vecinos comienzan a sacar las cosas que están dentro del rancho de vizcacha. En dos estrofas extraordinarias, Hernández realiza esta enumeración de objetos:

Salieron lazos, cabrestos,

coyundas y maniadores.

Una punta de arriadores,

cinchones, maneas, torzales,

una porción de bozales

y un montón de tiradores.

Había riendas de domar,

frenos y estribos quebraos;

bolas, espuelas, recaos,

unas pavas, unas ollas,

y un gran manojo de argollas

de cinchas que había cortao.

Salieron varios cencerros,

alesnas, lonjas, cuchillos,

unos cuantos coginillos,

un alto de gergas viejas,

muchas botas desparejas

y una infinidá de anillos.

Había tarros de sardinas,

unos cueros de venao,

unos ponchos augeriaos,

y en tan tremendo entrevero

apareció hasta un tintero

que se perdió en el Juzgao.

Luego el hijo menor de Fierro quiere saber dónde están sus vacas, parte de la herencia que le dejó su tía al morir, pero sobre ellas no tendrá noticias porque le asignarán un albacea, un asesor testamentario, que se ocupará solamente de transferirle lo que finalmente le queda de todas las chucherías de vizcacha.

¡Bendito Dios! pensé yo,

ando como un pordiosero,

y me nuembran heredero

de toditas estas guascas.

¡Quisiera saber primero

lo que se han hecho mis vacas!

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Una voluntad servida por una inteligencia

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