El Nacimiento de Argentina: Una Historia de Revolución y Soberanía
De la Miseria a la Soberanía
En 1826, Lord Ponsonby, el primer embajador de Inglaterra, describió a Buenos Aires como “el sitio más despreciable que jamás vi”, reflejando la percepción negativa de la época. Este período estuvo marcado por una creciente presión demográfica hacia las áreas urbanas, especialmente Buenos Aires, debido a las oportunidades económicas y comerciales concentradas en la región. Además, se destacó la lucha por la revolución social y la independencia política, caracterizada por tensiones internas y conflictos con potencias extranjeras, como España y el Reino Unido. En mayo de 1810, lo que luego sería la República Argentina era uno de los cinco países más miserables y quizás el más despoblado del planeta, con apenas 380,000 personas viviendo en tres millones de kilómetros cuadrados y enfrentando condiciones de vida precarias. La economía se basaba principalmente en la actividad ganadera, especialmente la faena de ganado vacuno.
Realmente, el país era miserable, sucio, feo y brutal. Sin embargo, de esa nada que chapoteaba en el barro (en realidad: toneladas de excremento y orina arrojadas a las calles) surgió un sueño. Ese sueño, tras terribles matanzas que duraron 70 años y diezmaron a la población, comenzó a hacerse realidad: crear un país libre y soberano. Tulio Halperín Donghi le puso el título perfecto a un libro en el que muestra cómo “la Argentina” antes de ser la realidad en que vivimos fue un sueño que parecía imposible: “Una nación para el desierto argentino”. Pensar un país donde no había nada. Peor: había miseria y horror. Ese sueño comenzó a materializarse en la Revolución de Mayo. Se ha discutido hasta el hartazgo si los revolucionarios tenían un plan antes de la revolución o si aprovecharon una circunstancia fortuita y, con el tiempo, inventaron una revolución. A esta situación se sumarían con el tiempo la creciente influencia del comercio exterior en la economía local, la llegada de inmigrantes europeos que buscaban mejores condiciones de vida, y la implementación de políticas de colonización y distribución de tierras para fomentar el desarrollo agrícola y ganadero.
La Revolución de Mayo: Espontánea pero Decisiva
Esta revolución fue impulsada por la influencia de las ideas de la Ilustración y las independencias americanas, la crisis de la monarquía española agravada por la invasión napoleónica, y la creciente presión social y económica de los criollos que buscaban mayores libertades y oportunidades frente al sistema colonial impuesto por los españoles. Cambió el poder que hacía casi tres siglos dominaba esta zona del planeta y lo hizo en la semana de Mayo de 1810 por una idea revolucionaria que expuso Cornelio Saavedra el 22 de mayo en el Cabildo Abierto. Pero sí fue una revolución. Menos todavía la Revolución de Mayo. Ni la Francesa, ni la Norteamericana, ni la de Cromwell, ni la Rusa, ni la China: ninguna. Casi ninguna revolución en la historia es la expresión de un plan diseñado a la perfección antes.
El Cabildo Abierto era una institución que permitía a las autoridades de la ciudad de Buenos Aires escuchar la opinión de los ciudadanos (en realidad de aquellos que tenían propiedades y medios de subsistencia como para que se les permitiera participar). Fueron convocados 450. En la ciudad de Buenos Aires vivían unas 40,000 personas y en la campiña que la rodeaba (el Gran Buenos Aires de entonces) otras 35,000 (contando mujeres, niños y esclavos en ambas cifras). De ese total, 450 eran los “vecinos” con voz en un Cabildo Abierto. Concurrieron solo 251. ¿Por qué faltaron? En realidad, faltaron muy pocos. Fueron casi todos los 450 al Cabildo porque era un tema que se discutía en cada hogar y todos querían saber qué iba a pasar. Pero actuó la primera “patota patria”: no dejó que llegaran los más conservadores. Grupos de pendencieros, liderados por los más pendencieros French y Berutti (sí, los que tienen calles en Barrio Norte actuaron como piqueteros violentos), se ocuparon de cerrar las calles que iban a la Plaza y retener a los vecinos más conservadores para que no llegaran. Así se logró que entre los 251 vecinos que lograron ingresar al Cabildo Abierto el 22 de mayo de 1810 estuvieran sobrerrepresentados los sectores que apoyaban (o eran más proclives a apoyar) un gobierno local y destituir al Virrey.
El Debate y la Decisión por la Soberanía
El escribano del Cabildo, José Nuñez, hizo un llamado a la moderación y lanzó la fórmula tradicional que daba inicio a todo Cabildo Abierto, permitiendo a los vecinos de la ciudad expresar sus opiniones: “Ya estáis congregados, hablad con toda libertad”. El debate, que duró varias horas, fue bastante desordenado. Testimonios de los partidarios del Virrey indican que fueron maltratados, insultados y ridiculizados por no aceptar las ideas revolucionarias. “Se nos obligó a votar en público, a viva voz, y a los que no apoyábamos la revolución se nos escupía y pegaba”, relatan.
En el Cabildo, Castelli declaró: “Desde que el Infante Don Antonio (un representante de Fernando VII) salió de Madrid ha caducado el gobierno soberano de España… Ahora los derechos de soberanía han revertido al pueblo de Buenos Aires para que decida en libertad”. Castelli empleó los mismos argumentos que utilizaron las provincias de España para formar Juntas tras la invasión de Napoleón y el arresto de Fernando VII. Según esta lógica, el poder, ante la ausencia de un Soberano, regresa al pueblo, su soberano original.
El fiscal Villota tomó el discurso de Castelli, pero agregó un argumento que más tarde se convertiría en la base del federalismo. Villota afirmó que, aunque Castelli tenía razón, los vecinos de Buenos Aires no podían arrogarse la representación de todo el Virreinato y que debía convocarse al interior. Esta postura sembraría la semilla de la guerra civil que duró hasta 1880, cuando, tras batallas en las calles de Buenos Aires, se decidió que la ciudad junto al Río de la Plata sería la capital federal de todos los argentinos, sin pertenecer a ninguna provincia, sino a la Nación.
Juan José Paso replicó a Villota, reconociendo la necesidad de incluir al interior y proponiendo formar una Junta de Gobierno Provisoria a la que se invitaría a las demás ciudades, pero exigiendo hacerlo de inmediato debido al estado de guerra en Europa. El voto de Cornelio Saavedra fue decisivo: propuso delegar el mando en el Cabildo hasta la formación de una Junta de Gobierno, en la forma que el Cabildo estimara conveniente: “y no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”. Esta frase se convirtió en el emblema de la Revolución. Se estaba desplazando al Virrey, representante de una dinastía que llevaba siglos gobernando estas tierras. Ahora, sin dudas, el poder lo confería el pueblo.
La Revolución se forjó con palabras: “Que no quede duda de que el pueblo es el que confiere autoridad o mando”. En el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, una frase de Saavedra marcó el fin de quince siglos de soberanía divina que sustentaban las monarquías: el pueblo confiere autoridad. Con esta afirmación, Saavedra transformaba la monarquía en república. La Revolución de Mayo no solo instauraba un nuevo poder soberano e independiente, sino que lo fundamentaba en la soberanía popular, no en la divina. La votación, que se extendió hasta la medianoche, culminó con la destitución del Virrey. La revolución estaba en marcha.
La Realidad de la Pobreza y el Amanecer de una Nueva Nación
Pensemos: en todo el Virreinato del Río de la Plata, la única zona rica era lo que actualmente es Bolivia. La zona que justamente va a quedar fuera de las Provincias Unidas ya antes de la Independencia de 1816. Buenos Aires era miserable. Los “ricos” de acá eran almaceneros. La tierra no generaba riqueza. El ganado era pobre y disperso. Apenas si servía para tasajo (esa carne dura y salobre que se vendía para que comieran los esclavos). No había producción moderna de granos (nadie siquiera sabía que eso era posible, salvo quizá Belgrano). El pensamiento fisiócrata de Manuel Belgrano jugó un papel crucial en esta transformación. Belgrano promovía la agricultura como la principal fuente de riqueza, en línea con las ideas fisiócratas que consideraban la tierra como la verdadera base de la economía. Defendía la libre circulación de productos agrícolas y creía firmemente en la necesidad de modernizar la producción agraria. Además, Belgrano abogaba por la educación y formación técnica para mejorar las prácticas agrícolas y aumentar la productividad, buscando así transformar la estructura económica de la región.
Buenos Aires tenía ricos “ilegales”: el contrabando, que se hacía en las zonas del Río de la Plata que no se podía vigilar, permitía ingresar productos ingleses y esclavos (ambas cosas estaban prohibidas por el monopolio de la corona española) y las vendían en el mercado negro.
Aun así, las riquezas que el contrabando aportaba a las grandes familias contrabandistas, como la de Manuel de Alzaga, que ostentaba una considerable fortuna y se oponía fervientemente a la Revolución debido a que esta liberaba el comercio y hacía innecesario el contrabando, no constituían una fuente significativa de riqueza. En efecto, los líderes revolucionarios que presentaron su proyecto de gobierno en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 eran en su mayoría profesionales, principalmente abogados o clérigos, provenientes de familias de comerciantes que habían tenido la oportunidad de estudiar en Chuquisaca o en Europa.
En aquel entonces, pocos porteños adinerados optaban por estudiar en la Universidad de Córdoba, ya que se consideraba demasiado conservadora y distante de las ideas modernas. Por lo tanto, preferían dirigirse directamente a Europa, en el caso de los más acomodados, o a Chuquisaca en el Alto Perú, una ciudad que abrazaba las nuevas corrientes de pensamiento y resultaba más receptiva a las ideas vanguardistas.
Así terminó el 22 de mayo de 1810: con la destitución del virrey y la promesa de conformar un gobierno provisional. Tres siglos de dominio español habían cesado por votación (ajustada, pero victoriosa) de un grupo de porteños, hijos de almaceneros, que comenzaron a soñar un país.
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