El gaucho Martín Fierro (IV)
Canto IV
Se profundiza en este canto el retrato desolador de la vida en el fortín donde Fierro pasa dos años. Aquí gana relieve un personaje clave de la campaña, la figura del comandante que representa, junto al Juez de Paz, el poder del Estado en aquellos confines.
Del sueldo nada les cuento
porque andaba disparando
nosotros de cuando en cuando
solíamos ladrar de pobres-
nunca llegaban los cobres
que se estaban aguardando.
Como parte de su vida diaria en el fortín de la frontera, la caza, el trueque y la economía monetaria son las tres alternativas que convergen en este relato y junto a las figuras del Juez de Paz, del comandante, de los inmigrantes y del indio que Fierro ya ha citado, aparece la participación de un nuevo personaje, el pulpero, que se destaca por su avaricia y complicidad con las autoridades militares.
Era un amigo del Gefe
que con un boliche estaba,
yerba y tabaco nos daba
por la pluma de avestruz,
y hasta le hacía ver la luz
al que un cuero le llevaba.
Los gauchos que prestan servicio en la frontera cobran una miseria y cuando el sueldo se reparte, allí está el pulpero habilidoso con su lista de empeñados.
Sacaron unos sus prendas
que las tenían empeñadas,
por sus deudas atrasadas
dieron otros el dinero,
al fin de fiesta el pulpero
se quedó con la mascada.
Durante la estadía en el cantón, Fierro pierde hasta sus prendas y, lo que más lamenta en el alma, pierde su caballo moro (el “Sobresaliente matucho” con el que ganó en Ayacucho más plata que agua bendita ) a manos del comandante.
Por otra parte, cuando el sargento del fortín le advierte al comandante que Fierro reclama su pago, este le indica que ya no eran tiempos de Rosas y que a nadie se le debía nada. Debemos recordar, a propósito de esto, que el propio Juan Manuel de Rosas fue, antes de convertirse en gobernador de la Provincia de Buenos Aires, comandante de campaña. En esta ocasión, para no pasar por gaucho matrero, Fierro hace silencio y aunque malicia un engaño, cuenta que se “les hacía el dormido aunque soy medio dispierto.”
Por último, el comandante, según cuenta Sarmiento en el capítulo III de Facundo, es uno de los rostros de la barbarie: “El gobierno de las ciudades es el que da título de comandante de campaña; pero como la ciudad es débil en el campo, sin influencia y sin adictos, el gobierno echa mano de los hombres que más temor le inspiran para encomendarles este empleo, a fin de tenerlos en obediencia, manera muy conocida de proceder de todos los gobiernos débiles, y que alejan el mal del momento presente para que se produzca más tarde en dimensiones colosales”.