Don Quijote #Cervantes2018 Cap. 42

Gonzalo Darrigrand
6 min readJul 16, 2020

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Apuntes de la lectura colectiva de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra

Tanto en el capítulo cuarenta y dos como luego en el curiosamente invisible capítulo cuarenta y tres (es que ni el epígrafe ni el número del capítulo aparecieron en la edición príncipe) Cervantes continúa el proceso de juntar y atar los hilos narrativos de los capítulos anteriores.

En el capítulo 42, Cervantes continúa el proceso de juntar y atar los hilos narrativos de los capítulos anteriores. Se trata principalmente de resolver el destino de Zoraida-María y el cautivo a través de su reunión imprevista con su hermano menor.

Sin embargo, y de manera bastante literal en el caso de Don Quijote, también se trata de recapitular los temas principales y los fines morales de todas las historias de amor.

Cuando el cautivo termina de relatar su historia, don Fernando da otra digresión teórica, aprobando tanto el estilo como el contenido del relato. Por un lado, expresa los gustos literarios de los lectores barrocos que preferían la gran variedad de momentos de acción combinada con eventos cuasi-milagrosos representados de manera realista: «todo es peregrino y raro y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye». Por otra parte, Fernando sugiere la complejidad textual según la cual cada re-lectura ofrece nuevos significados: «aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara».

Luego, don Antonio y todos los demás presentes se ofrecen a ayudar al cautivo y a Zoraida-María, en particular don Fernando, que parece ser un hombre radicalmente transformado: «Especialmente le ofreció don Fernando que si quería volverse con él, que él haría que el marqués su hermano fuese padrino del bautismo de Zoraida». Por cierto, ¿qué hace aquí don Antonio? La última vez que vimos a alguien con ese nombre fue al final del capítulo once cuando un pastor con ese nombre cantó el romance de Olalla. Los editores agresivos de Don Quijote lo juzgan un error y suelen transformar «don Antonio» en
“don Cardenio” o “don Fernando”.

Llega la noche y ahora estamos ante un problema temporal de la novela, pues ya llegaba la noche durante el discurso de Don Quijote sobre las armas y las letras. En todo caso, llega a la venta un coche con otro grupo de viajeros: un «oidor», un tipo de juez estatal que ocupaba una instancia inferior a la del Consejo Real. El criado del oidor pide posada y cuando la ventera le dice que no hay, insiste: «Pues, aunque eso sea… no ha de faltar para el señor oidor». Sorprendentemente, la ventera «se turbó», dejándose intimidar y diciendo que ella y su marido saldrán de su aposento «por acomodar a su merced».

Luego se nos presenta un largo listado de mujeres alojadas en la venta, ahora incluyendo a «una doncella, al parecer de hasta diez y seis años», y cuya belleza compite con las de Dorotea, Luscinda y Zoraida. Notemos que el verbo “admirar” predomina en esta sección del texto, señalando el clímax novelístico junto con cierta catarsis emotiva causada por las coincidencias que están ocurriendo.

La bienvenida que le da Don Quijote al oidor sirve para conectar la llegada del juez con la historia del cautivo. Nuestro hidalgo lo hace de tres maneras: 1) juega con la falta de espacio en la venta, lo que alude al estrecho de Gibraltar y los pilares de Hércules en la frontera entre el mundo moro y el cristiano; 2) recuerda su discurso de los capítulos treinta y siete y treinta y ocho, yuxtaponiendo la profesión militar del cautivo y la legal del oidor; y 3) trae el tema tanto petrarquista como bíblico de la mujer como estrella que guía hacia el prometido paraíso:

«Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, que aunque es estrecho y mal acomodado no hay estrecheza ni incomodidad en el mundo que no dé lugar a las armas y a las letras, y más si las armas y letras traen por guía y adalid a la fermosura, como la traen las letras de vuestra merced en esta fermosa doncella, a quien deben no solo abrirse y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos y devidirse y abajarse las montañas para dalle acogida. Entre vuestra merced, digo, en este paraíso, que aquí hallará estrellas y soles que acompañen el cielo que vuestra merced trae consigo».

La doncella es la hija del oidor y con las demás jóvenes entra en el aposento anteriormente ocupado por Don Quijote para pasar la noche. Los hombres se quedan fuera y, entre tanto, el cautivo, creyendo que el oidor es su hermano, interroga a uno de los criados al respecto. Aprendemos que el oidor se llama Juan Pérez de Viedma y es de «un lugar en las montañas de León» y ahora se dirige a Sevilla con fin de trasladarse a las Américas, donde ha sido nombrado oidor «en la Audiencia de México». El criado también relata que la madre de la hija murió y que el oidor se ha enriquecido, no por su profesión, sino por «el dote que con la hija se le quedó en casa». Este curioso detalle que conecta a este hombre con la dote de su hija, conecta al oidor, algo codicioso, con los padres de Marcela y Luscinda.

El cautivo está ansioso. Como él se ha quedado pobre, no cree que vaya a ser bien recibido por su hermano. ¿Es la pobreza la verdadera fuente de su vergüenza? ¿Podría haber otras, como, por ejemplo, la sodomía o el estar enamorado de una mora? De todos modos, el cura ofrece intermediar y le relata al oidor toda la historia del cautivo, cuyo nombre, aprendemos por primera vez, es Ruy Pérez de Viedma. Aquí Cervantes insinúa algo sospechoso sobre el carácter del juez, jugando con los dos sentidos del título del
letrado: «a todo lo cual estaba tan atento el oidor, que ninguna vez había sido tan oidor como entonces». Por otra parte, la historia que cuenta el cura sí exige mucha atención a los detalles. Es que en varios aspectos algo tiene del imposible; incluso el cura mismo dice «a no contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego». Pues, el cura dice que él estuvo en La Goleta y así conoció al capitán Viedma cuando los dos eran esclavos en Constantinopla y acaba la historia relatando el apuro del cautivo y Zoraida en manos de los piratas franceses, o sea, rumbo hacia el Estrecho de Gibraltar y luego Sargel. De ahí no ha logrado enterarse de si llegaron a España o no.

El oidor reacciona con lágrimas y confiesa que el capitán de la historia es su hermano mayor. Luego, relata la historia de su familia: no han oído nada del hermano mayor, pero él y su padre ahora viven muy bien gracias a la liberalidad del hermano menor que se hizo rico siendo mercader en América, «en el Pirú». Termina alabando a Zoraida: «¡Oh Zoraida hermosa y liberal, quién pudiera pagar el bien que a mi hermano hiciste!». Por cierto, estamos ante otro de los supuestos “errores” de Cervantes, porque según La historia del cautivo, fue el hermano menor a Salamanca para ser letrado y el segundo hermano había ido a las Américas para ser mercader. Me niego a creer que Cervantes haya estado tan desatento cuando escribía. ¿Qué nos podría estar señalando a través de esa confusión entre las profesiones de soldado, oidor y mercader? Otra manera de hacer la misma pregunta: ¿Cuál es la relación que Cervantes pudiera haber querido señalar entre la guerra, la ley y el comercio?

Volviendo al texto, el cura reúne a los hermanos Viedma: «Este que aquí veis es el capitán Viedma, y esta, la hermosa mora que tanto bien le hizo. Los franceses que os dije los pusieron en la estrecheza que veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro buen pecho». El plan ahora es que todos vayan a Sevilla, de donde «a un mes partía flota de Sevilla a la Nueva España», en la cual se va a embarcar el oidor. Entre tanto, mandarán por el padre y celebrarán el bautismo de Zoraida y su boda. Todos se abrazan y están felices.

El narrador especifica que «Solo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza» de no irse a la cama (pues claro, técnicamente todos se han pasado dos noches sin dormir), y agrega que se echó «sobre los aparejos de su jumento, que le costaron tan caros como adelante se dirá», aludiendo de nuevo al sempiterno problema del rucio. La venta es un lugar en el que se producen los mágicos encuentros, ¿no?

Hipotéticamente, el capítulo termina cuando aprendemos que la hija del oidor se llama «doña Clara de Viedma». A la vez, Don Quijote sale «fuera de la venta a hacer la centinela del castillo» para asegurar que los huéspedes «de algún gigante o otro mal andante follón no fuesen acometidos».

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Una voluntad servida por una inteligencia

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