Don Quijote #Cervantes2018 Cap. 40

Gonzalo Darrigrand
9 min readJun 9, 2020

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Apuntes de la lectura colectiva de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra

El capítulo 40 empieza con los dos sonetos que Aguilar dedicó a los soldados españoles que perdieron sus vidas en la caída de La Goleta. Ésos «con ser vencidos, llevan la vitoria» y «dieron la vida al filo de la espada»; es decir, La Goleta fue una especie de martirio masivo como la Masada, Numancia o El Álamo.

El resto del capítulo relata cómo llegó el cautivo a Árgel y cómo planificó su escape.

Aquí el tercer detalle autobiográfico: entre 1575 y 1580, Cervantes, junto con otros 25.000 cristianos, fue esclavo en los “baños” de Árgel, nombre que se le daba a los campamentos para prisioneros.

Además, sabemos que intentó escapar sin éxito varias veces, hasta que al final unos trinitarios pagaron su rescate.

El cautivo cuenta cómo su amo Uchalí Fartax se había renegado en su juventud. Un “renegado” era alguien que había renunciado a su fe para convertirse a otra.

Según la leyenda, Uchalí era un galeote cristiano que dejó su fe cristiana para obtener el derecho de vengar a un moro.

El narrador también relata cómo Uchalí llegó a ser rey de Árgel, enfatizando que lo hizo «sin subir por los torpes medios y caminos que los más privados del Gran Turco suben».

Según Francisco Rico, eso alude a la opinión entre los cristianos de que los que se conseguían cargos en el imperio turco o eran corruptos, castrados o sodomitas.

El cautivo reitera que «moralmente fue hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos».

Notemos que el tratamiento de los esclavos sigue siendo clave y también, cómo el tratamiento sexual se vuelve un tema agudo aquí.

Pues, Uchalí muere y el cautivo pasa a ser esclavo de Azán Agá, quien había cautivado el interés de Uchalí cuando era «grumete de una nave» y de ahí «fue uno de los más regalados garzones suyos»; es decir, fue su amante preferido. Bastante erótico, ¿cierto?

Azán Agá es cruel, sin embargo, el cautivo está contento de estar más cerca de España: «porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad».

Enumeremos los temas hasta ahora de La historia del cautivo: 1) la definición de caballero, 2) la condición de esclavo, 3) la sodomía y, ahora, 4) la libertad.

De hecho, se menciona éste último sustantivo veinticuatro veces a lo largo de la historia.

Ahora el cuarto y definitivo detalle autobiográfico. El cautivo indica que le pusieron una cadena y lo ubicaron con los demás esclavos de rescate, «y así pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros».

Su amo torturaba a sus esclavos de maneras que nos recuerdan tanto el tema de la sodomía como el de la curiosa oreja de Don Quijote: «Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a este, desorejaba aquel».

Luego el cautivo observa que «Solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra». El cautivo relata que Saavedra se comportó de manera heroica sin dar detalles de sus hazañas.

Hay críticos que dicen que este nexo entre el silencio narrativo, la sodomía, la prisión y el peculiar tratamiento que recibió «Saavedra» indica que Cervantes tuvo alguna experiencia homosexual en Árgel.

Sabemos que los que volvían de tierras de moros vivían bajo dos sospechas: la de haberse renegado y la de haber sido sodomizados. En el caso de Cervantes, ¿quién sabe?

De todos modos, la posible sodomía puede ayudarnos a explicar ciertos aspectos de la novela, por ejemplo, la relación escatológica entre Sancho Panza y Don Quijote o el caos de identidad sexual en la Sierra Morena.

Y pensado una vez más en la relación entre la forma y el contenido del texto, fijémonos en lo radical que es este momento: gracias a un narrador expresadamente extraño a él, Cervantes se introduce a sí mismo como personaje, no sólo como autor como lo hace en otros lugares.

Justo ahora, se hace mención a cómo la salvación del cautivo depende tanto de la intervención femenina como del intercambio monetario y comercial.

Un día, el cautivo está en el baño con otros tres compañeros (pensemos en don Fernando y sus tres jinetes), «haciendo pruebas de saltar con las cadenas», cuando se asoma una caña desde una ventanilla encima del patio (recordemos la caña de las prostitutas del capítulo dos).

La caña tiene un lienzo atado que contiene un nudo, dentro del cual el cautivo encuentra «diez cianíis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros».

Luego, aparece desde la misma ventana «una muy blanca mano» y los cautivos hacen reverencias, «zalemas a uso de moros», para señalar su agradecimiento.

Finalmente, la mano saca «una pequeña cruz hecha de cañas». Según el cautivo: «así, todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde nos había aparecido la estrella de la caña».

Fijémonos en la metáfora astronómica: nos recuerda a DQ acercándose «a los alcázares de su redención» en el capítulo dos, igual que tantos otros personajes masculinos de la novela que persiguen a una mujer cuasi-divina.

A continuación, y por varios días, la caña le da al cautivo escudos de oro: «cuarenta», luego «más de cincuenta», «cien» y eventualmente «dos mil» y «otros mil».

Además, la caña trae “billetes” en los cuales una mora renegada, Zoraida-María, comunica los detalles de su conversión y su deseo de huir a España.

Habrá otros, ciertamente, pero de todas formas Zoraida es el último personaje femenino de importancia de Don Quijote.

Las cartas, escritas en árabe, requieren la asistencia lingüística de un cristiano renegado (recordemos al morisco toledano del capítulo nueve).

Por su parte, el renegado les ha expresado a los cautivos su intención de volver a España también. Aquí el narrador describe con gran detalle la tierra movediza en la que se encuentran los esclavos, pues muchos renegados fingen sus deseos religiosos para robar a los prisioneros.

En su primera carta, Zoraida relata que cuando era niña su padre tenía una esclava cristiana que le enseñó la fe cristiana.

Cuando la esclava murió, Zoraida tuvo una visión: «la vi dos veces y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Marién».

Este es el único milagro relatado como tal en DQ. Según el traductor renegado, «Lela Marién quiere decir Nuestra Señora la Virgen María», aunque no es exactamente la verdad, porque la frase árabe no indica la virginidad de María.

Vemos aquí cómo la cuestión de las identidades étnicas, religiosas y nacionales se centra en el artículo de fe cristiana rechazada por el Islam: la doctrina del nacimiento virginal de Cristo.

A la vez notemos el sincretismo religioso, especialmente cuando Zoraida se refiere a Alá.

Luego, la renegada dice que entre todos los cristianos que ha visto, el cautivo es el único que le ha parecido «caballero» y que se casaría con él si quiere.

Concluye indicando que ella corre un riesgo grave, «porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo y me cubrirá de piedras»; por eso, no deberían confiar en ningún moro, porque todos mienten. Y allí está el problema, ¿en quién confiar?

El renegado le convence al cautivo de su lealtad, enseñándole un crucifijo de metal y con lágrimas le confiesa que quiere «reducirse al gremio de la Santa Iglesia su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado, por su ignorancia y pecado».

Luego el renegado le ayuda a escribir una respuesta a Zoraida en la cual le promete casarse con ella y hacer todo lo posible para llegar a España.

Siguen las tensiones teológicas en la carta: «El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios».

Como apunta Francisco Rico, “la posibilidad de un Dios y hombre, nacido de mujer, es tradicionalmente el gran reproche que los musulmanes han venido haciendo a los cristianos”.

También es interesante el juego que Cervantes hace con la relación entre las promesas y las identidades religiosas, pues el cautivo insiste «que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros», pero sólo tenemos que pensar en las promesas no cumplidas por don Fernando o Don Quijote para captar la ironía.

Por cierto, el cautivo ata su carta a la caña utilizando el hilo que viene en ella, haciéndonos acordar del gran “laberinto amoroso” de la Sierra Morena.

A continuación, el renegado descubre que Zoraida es hija y única heredera de Agui Morato, un moro riquísimo, además de ser la mujer más bella de toda Berbería, con quien muchos virreyes desean casarse.

La caña, que el cautivo describe como «nuestra estrella, con la blanca bandera de paz del atadillo», sigue bajándoles monedas y cartas. La llegada de la segunda carta sugiere el embarazo divino y misteriosamente comercial al cual Cervantes alude a lo largo del desenlace de Don Quijote: «pareció con el lienzo tan preñado, que un felicísimo parto prometía. Inclinóse a mí la caña y el lienzo; hallé en él otro papel y cien escudos de oro».

Esta alusión al embarazo encaja con la llegada de Zoraida y el cautivo a la venta de la Sierra Morena y con su transformación en la María bíblica.

El plan es utilizar el dinero de Zoraida para pagar los rescates del cautivo y sus colegas (el cautivo especifica que se rescató con ochocientos escudos).

Le dan el resto del dinero al renegado para que compre una barca, bajo el pretexto de «hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del baño y embarcarlos a todos».

Más tarde encontrarán a Zoraida en el jardín de su padre «que está en la puerta de Babazón», en las afueras de Árgel, «junto a la marina», es decir, en la costa (recordemos la fantasía de Sancho Panxa).

Un detalle curioso en todo eso es la ansiedad que tiene el renegado, que no confía en los cristianos porque tienen fama de prometer volver a buscar a sus amigos y finalmente no hacerlo. En el Mediterráneo las apariencias y promesas cuentan por poco.

La especificidad comercial de la historia es otra maravilla literaria. Por ejemplo, el cautivo dice que confiaba en que sus colegas cristianos le hubieran esperado en el baño sin traicionarle; pero al parecer no tanto, porque lo que aseguró su cooperación absoluta fue el acto de pagar su rescate: «puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura y, así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que con certeza y seguridad pudiese hacer la fianza».

Otro ejemplo: resulta que el renegado no puede comprar un barco por sí solo, por resultar sospechoso, así que hay que «hacer que un moro tangerino fuese a la parte con él en la compañía de la barca y en la ganancia de las mercancías, y con esta sombra él vendría a ser señor de la barca».

¡Hala! Toda la estratagema depende de que el renegado forme una sociedad comercial con un moro.

Por cierto, ese «moro tangerino», moro de la ciudad de Tánger, se transformará en el capítulo siguiente en un «tagarino», moro procedente del reino de Aragón. ¿Error tipográfico? Lo dudo.

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Una voluntad servida por una inteligencia

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