Don Quijote #Cervantes2018 Cap. 35

Gonzalo Darrigrand
7 min readJun 2, 2020

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Apuntes de la lectura colectiva de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra

El capítulo 35 trae otra de las magníficas interrupciones de la narración cervantina. Se trata de la famosa aventura de los cueros de vino, la cual alude explícitamente a un episodio parecido de El asno de oro de Apuleyo.

Todos suben y encuentran a Don Quijote, medio desnudo e, irónicamente, con el bonetillo del mismo ventero en la cabeza, dando cuchilladas a unos cueros de vino guardados en su aposento.

El cura está a punto de terminar de leer La novela del curioso impertinente cuando Sancho baja del camaranchón, gritando que su amo «ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona».

El cura le interroga: «¿Cómo diablos puede ser eso que decís, estando el gigante dos mil leguas de aquí?».

Todos oyen un gran ruido en el aposento y luego el grito de Don Quijote: «¡Tente, ladrón, malandrín, follón, que aquí te tengo y no te ha de valer tu cimitarra!». Hemos de notar que, siendo la cimitarra una espada turca, las palabras de Don Quijote sugieren el largo conflicto entre los españoles y los otomanes del siglo XVI.

Según el narrador, Don Quijote estaba soñando «que ya había llegado al reino de Micomicón y que ya estaba en la pelea con su enemigo». Lógicamente, el ventero se enfada y ataca a Don Quijote y todo el bullicio sólo se acaba cuando el barbero le tira encima del caballero loco «un gran caldero de agua fría del pozo».

No es el primer pozo de Don Quijote. Sancho Panza no entiende qué ha pasado: si no se puede encontrar la cabeza del gigante, pues se le va a escapar el condado de entre los dedos.

Entre tanto el ventero maldice a Don Quijote, cuya alma la quiere ver «nadando… en los infiernos». Aquí trae Cervantes de nuevo el tema comercial: «El ventero se desesperaba… y juraba que no había de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar, y que ahora no le habían de valer los previlegios de su caballería para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habían de echar a los rotos cueros».

Es más, según el narrador, «Todos reían, sino el ventero, que se daba a Satanás». Incluso la ventera se queja, recordando el maltrato de su escoba por parte del barbero y gritando que «me lo han de pagar un cuarto sobre otro».

El cura logra sosegar a todos «prometiendo de satisfacerles su pérdida lo mejor que pudiese, así de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola».

La novela del curioso impertinente

La narración vuelve a La novela del curioso impertinente. El narrador nos recuerda que «era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto» y luego nos da el desenlace trágico.

Igual que Lotario, Anselmo se entera de la presencia del amante de Leonela en su casa. La descripción de eso sugiere tanto la metáfora de la arquitectura de la casa como el cuerpo de la mujer como de la rivalidad posesiva y celosa de los hombres, que siempre gira en torno al mencionado cuerpo: «una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla, y tanta fuerza hizo, que la abrió y entró dentro a tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle».

Leonela se excusó ante su amo de manera que nos recuerda las historias de Cardenio y Dorotea: «es cosa mía, y tanto, que es mi esposo».

Anselmo creyó que mentía y sacó la daga, y en esto Leonela jugó la única carta que le quedaba: «No me mates, señor, que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar». Bastante parecido a lo que pasa en Las mil y una noches.

Leonela le pidió a su señor que le diera hasta el día siguiente para recuperarse del susto.

Cuando Anselmo le reportó todo a Camila, ésta se turbó y «aquella mesma noche, cuando le pareció que Anselmo dormía, juntó las mejores joyas que tenía y algunos dineros y, sin ser de nadie sentida, salió de casa y se fue a la de Lotario».

Lotario la metió en «un monesterio, en quien era priora una su hermana» y «se ausentó luego de la ciudad».

El día siguiente, «sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado», fue a donde había dejado a Leonela encerrada, y «solo halló puestas unas sábanas añudadas a la ventana, indicio y señal que por allí se había descolgado e ido».

Volvió a reportar todo esto a Camila y sólo encontró a «sus cofres abiertos y que dellos faltaban las más de sus joyas». Cuando fue para la casa de su amigo Lotario, los criados le contaron que su amo se había marchado durante la noche.

En fin, Anselmo se enteró de su desgracia: «Cerró las puertas de su casa, subió a caballo y con desmayado aliento se puso en camino».

No llegó lejos cuando «le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un árbol, a cuyo tronco se dejó caer, dando tiernos y dolorosos suspiros».

Todo eso nos debería recordar de la primera salida de cierto hidalgo somnámbulo.

Pasó por allí un hombre y Anselmo le preguntó qué nuevas había en Florencia. El ciudadano le contó toda la historia escandalosa de los dos amigos: «se dice públicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivía a San Juan, se llevó esta noche a Camila, mujer de Anselmo, el cual tampoco parece. Todo esto ha dicho una criada de Camila, que anoche halló el gobernador descolgándose con una sábana por las ventanas de la casa de Anselmo».

Anselmo llegó «amarillo, consumido y seco» (¿nos recuerda a alguien?) a la casa de otro amigo, a quien le pidió «aderezo de escribir».

La mañana siguiente, el amigo lo encontró «tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la pluma en la mano».

«tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y él tenía aún la pluma en la mano»

En la carta, Anselmo confesaba que «Un necio e impertinente deseo me quitó la vida» y perdonó a Camila «porque no estaba ella obligada a hacer milagros».

La carta terminaba con «yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué…», por donde, según el narrador, «se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida».

Todo se vuelve hacia un plano internacional cuando el narrador nos informa que Lotario se murió «en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles».

Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba

Por fin el cura termina la historia y ofrece una crítica positiva de la novela, aunque agrega que, «Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase llevar, pero entre marido y mujer algo tiene del imposible».

Para resumir: La novela del curioso impertinente, que podríamos llamar la narración más barroca de Don Quijote, funciona como un comentario intratextual sobre el caos de los amantes de la Sierra Morena: la lascivia de todos los personajes, la psicología mimética de los hombres y la concatenación de errores, celos y venganzas.

Todo alude a las historias de Cardenio y Dorotea: la traición de la criada, el mirón desengañado, la mujer viril.

Todo conecta además con los primeros capítulos de Don Quijote. Aun es imposible evitar cierta alegoría sobre el acto de escribir en sí mismo.

La “tragedia” de Anselmo da lugar a su carta final.

Hay anticipos de Freud: por ejemplo, Lotario “proyecta” sus deseos en un fantasma que luego resulta ser real. La novela es la esencia de la psicopatología de Don Quijote y La historia del cautivo funcionará más bien como su desenlace correctivo.

Finalmente, fijémonos en Camila: si su comportamiento no se ajusta a las expectativas de Anselmo, es decir, si no hace milagros, sí piensa y actúa a cada paso.

La tragedia clásica es la caída de un personaje orgulloso: ¿qué orgullo más desmedido que el de creer que una mujer no tenga otro gusto ni otra voluntad que la que un hombre quiera que tenga?

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Una voluntad servida por una inteligencia

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