Don Quijote #Cervantes2018 Cap. 34

Gonzalo Darrigrand
10 min readJun 1, 2020

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Apuntes de la lectura colectiva de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra

El capítulo treinta y cuatro empieza con un «billete», o misiva, escrito por Camila a Anselmo, en el cual se destaca de nuevo la retórica militar: «Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y moza sin su marido». Es decir, al final Lotario ha empezado a trabajar en serio.

Camila dice que quiere ir a casa de sus padres, pero Anselmo se lo prohíbe y la deja confundida: «en la quedada corría peligro su honestidad, y en la ida, iba contra el mandamiento de su esposo».

Eventualmente, empieza a «titubear la firmeza de Camila» y «las lágrimas y las razones de Lotario» despiertan «alguna amorosa compasión». Sigue la retórica militar: Lotario determinó «apretar el cerco a aquella fortaleza» y según el narrador «no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación».

En fin, un contundente “quiasmo”, una figura poética que toma la forma de una ‘X’ sintáctica, subraya la conclusión inevitable: «Rindióse Camila, Camila se rindió…».

Aquí la voz narrativa moralizante interviene de nuevo, mucho antes de que se haya terminado la historia: «Ejemplo claro que nos muestra que solo se vence la pasión amorosa con huilla y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas».

Esta vez, cuando Anselmo requiere otro reporte, la historia toma un giro barroco. Es decir, el primer reporte, inicialmente verdadero sirve ahora para que Lotario engañe a su amigo: «tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire».

A la vez, y de manera curiosa, la retórica militar se vuelve decididamente marítima: «a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y sospechas que de las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de nuevo en el profundo piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo te dio».

Ahora bien, Anselmo quiere poner fin al juego. Para eso, le pide a Lotario que finja estar enamorado de una joven florentina y que le escriba versos. Esa joven en realidad no existe, pero para que sea creíble para Camila, Anselmo le inventa el pseudónimo de Clori.

Lotario le avisa a Camila que los versos en realidad son para alabarla a ella, quien, según el narrador, «a no estar avisada… ella sin duda cayera en la desesperada red de los celos».

El soneto es una maravilla, como una canción lenta perfecta que toda buena banda de rock tiene y, paradójicamente, parece ser el más fácil de entender en toda la novela. Cada estrofa representa uno de los cuatro puntos principales que ocupa el sol en el cielo a lo largo del día y en cada momento el poeta se queja del amor que tiene por Clori.

Es interesante que la única dirección cardinal sea el oriente y es de notar el juego típico que realiza Cervantes con los sentidos mercantil, religioso y narrativo de las palabras “cuenta” y “cuento”: el poeta da «la pobre cuenta de mis ricos males» al cielo y hacia el final dice, «doblo los gemidos. / Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento».

Quizás lo más interesante de esta escena sea el coqueteo secreto que realiza Camila delante de las narices de Anselmo: «¿todo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad?». Lotario responde: «En cuanto poetas, no la dicen… más en cuanto enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos».

Camila le pide otro soneto y éste vuelve al tema marítimo, lamentando la desventura del poeta cuyo amor no era correspondido como si fuese un marinero perdido: «¡Ay de aquel que navega, el cielo escuro, / por mar no usado y peligrosa vía, / adonde el norte o puerto no se ofrece!».

El narrador subraya otra vez la dinámica irónica del triángulo amoroso: «alabó este segundo soneto Anselmo como había hecho el primero, y de esta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con que se enlazaba y trababa su deshonra, pues cuando más Lotario le deshonraba, entonces le decía que estaba más honrado; y con esto todos los escalones que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía, en la opinión de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su buena fama».

En este momento es cuando entra en la trama de la narración Leonela, la criada a quien Camila confiesa todo. Fijémonos primero en la retórica según la cual Camila transforma su dilema en cuestión de valores y estimaciones: «Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuán poco he sabido estimarme, pues siquiera no hice que con el tiempo comprar Lotario la entera posesión que le di tan presto de mi voluntad».

Leonela apoya a su señora, diciéndole que el amor es variable e imposible de controlar, añadiendo que «algún día te lo diré señora, que yo también soy de carne, y de sangre de moza» y asegurándole «que Lotario te estima como tú le estimas a él».

Luego le dice «todo un abecé entero», alabando a Lotario como «agradecido, bueno, caballero», etc. Notemos que, según Leonela, «La x no le cuadra, porque es letra áspera».

Todo eso le tranquiliza a Camila hasta que Leonela le informa que ella también se ha metido en una aventura amorosa «con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad; de lo cual se turbó Camila, temiendo que era aquel camino por donde su honra podía correr riesgo».

El problema es que Camila, habiéndole confesado todo a su criada, ya no puede controlarla, o como lo dice el narrador: «Que este daño acarrean, entre otros, los pecados de las señoras: que se hacen esclavas de sus mesmas criadas».

Con esas confesiones surge la crisis principal. Leonela deja que su galán la visite en un aposento de la casa de Anselmo y Camila se encuentra forzada a facilitar el encuentro: «quitábale todos los estorbos, para que no fuese visto de su marido».

Pero irónicamente la crisis viene de Lotario, y la descripción que da Cervantes de la psicopatología de los celos es otra maravilla. Resulta que Camila no pudo quitar los estorbos al amante de Leonela suficientemente bien para «que Lotario no le viese una vez salir al romper del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser alguna fantasma, más cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la perdición de todos si Camila no lo remediara.

Pensó Lotario que aquel hombre que había visto salir tan a deshonra de casa de Anselmo no había entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo: solo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro».

Lotario se vuelve «ciego de la celosa rabia» y prepara su venganza, informándole a Anselmo que al final Camila sí se ha rendido y que la siguiente vez que Anselmo se ausente los dos tienen una cita.

Lotario le dice que finja que se va por unos días y que luego se quede escondido detrás de unos tapices en la recámara donde los amantes se van a reunir (recordemos lo que hizo Cardenio en la boda de Luscinda y Fernando).

Pero poco después Camila le revela a Lotario todo el problema que tiene con Leonela. Al principio Lotario cree que miente, pero cuando la ve llorar, se convence de que la joven dice la verdad.

Luego le confiesa lo que «instigado de la furiosa rabia de los celos» le ha dicho a Anselmo y le pide consejo para poder «salir bien de tan revuelto laberinto».

Hablando de laberintos: a ver, las lágrimas de don Fernando resultaron falsas, pero las de San Pedro eran verdaderas; ¿las de Camila serán verdaderas? Difícil de saber, ¿no?

El simulacro de Camila

Según el narrador, «como naturalmente tiene la mujer ingenio presto para el bien y para el mal, más que el varón», pues «luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer irremediable negocio».

No le dice a Lotario lo que tiene en mente, sino que insiste en que haga lo que ya tenía planeado, o sea, que Anselmo se esconda y que los dos se reúnan en el salón donde el esposo iba a estar escondido. Lotario asienta. Otro día, Anselmo se prepara para «ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas de su honra» y entran Leonela y Camila en la recámara donde actúan una escena para el marido engañado.

Camila le dice que está furiosa por alguna insolencia que le ha hecho Lotario y que está por suicidarse con la misma daga de Anselmo, pero primero le pide a su criada que llame a Lotario desde la ventana de otra habitación para que suba para la confrontación.

Leonela le aconseja que no se ponga en situación de ser violada: «Mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre, y determinado; y como viene con aquel mal propósito, ciego y apasionado, quizá antes que tu pongas en ejecución el tuyo hará él lo que te estaría más mal que quitarte la vida».

Cuando Camila se desmaya, Leonela da un breve soliloquio, diciendo que su señora es «el ejemplo de la castidad» y comparándola con «otra nueva y perseguida Penélope».

Camila se despierta y Leonela le dice que no quiere ir a llamar a Lotario sin que su señora le dé la daga porque teme que se vaya a suicidar. Camila dice que no quiere ser «como aquella Lucrecia» (según la leyenda Lucrecia fue violada por el tirano Tarquino y por eso se suicidó, resultando en una rebelión que dio lugar a la República de Roma).

A la ausencia de Leonela, Camila continúa la actuación para Anselmo, dando un «luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer inremediable negocio» largo monólogo en voz alta sobre su plan de vengarse de Lotario y luego suicidarse: «saldré bañada en mi casta sangre y en la impura del más falso amigo que vio la amistad en el mundo».

El comentario del narrador es fascinante, sobre todo dado el tema del travestismo que hemos visto en otros capítulos: «Y diciendo esto se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan desconcertados y desaforados pasos y haciendo tales ademanes, que no parecía sino que le faltaba el juicio y que no era mujer delicada, sino un rufián desesperado».

Fijémonos en la manera maravillosa en que el narrador transita entre los pensamientos de un personaje y luego los de otro.

Durante toda la actuación de Leonela y Camila, el narrador nos asegura que Anselmo está bastante convencido de la inocencia de su mujer y, por eso, siempre está a punto de salir y poner fin a la confrontación para evitar algún daño; pero no lo hace, o porque quiere ver un pelín más, por la entrada o salida de un personaje o porque escucha algo interesante.

Anselmo está embelesado exactamente como el público ante una comedia tan bien escrita y actuada. En fin, Lotario sube y Camila, «haciendo con la daga en el suelo una gran raya delante della», insiste en que él justifique su traición a Anselmo y su atrevido avance hacia ella.

Lotario sabe que tiene que actuar también: confiesa haber trasgredido y le pide perdón atribuyendo la culpa al poder del amor. La frase más enigmática de Lotario se refiere al respeto que supuestamente tiene por Camila: «A ti te conozco y tengo en la misma posesión que él te tiene».

Según la polisemia, la palabra «posesión» indica que Lotario tiene la misma “opinión” de Camila que Anselmo, pero además sugiere que al igual que Anselmo, la ha “poseído”, es decir, ha tenido relaciones sexuales con ella.

Lotario logra engañar con la verdad y se dirige tanto a Camila como a Anselmo. Puro barroco desplegado aquí.

El desenlace de esta obra teatral consiste en Camila dando una larga arenga en contra de Lotario, al final de la cual dice que quiere «matar muriendo».

La descripción que da el narrador de lo que pasa en ese momento es un ejemplo estupendo del efecto desestabilizador del “perspectivismo” de Cervantes. Nadie, ni un personaje dentro de la narración, ni el narrador y (¿porque no admitirlo?) ni siquiera el lector mismo, puede saber si Camila tiene verdadera intención o finge cuando ataca a Lotario: «con una increíble fuerza y ligereza arremetió a Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela en el pecho, que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones eran falsas o verdaderas».

Cuando Camila no puede contra Lotario, «o fingiendo» que no puede, se mete la daga «por más arriba de la islilla del lado izquierdo, junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo, como desmayada».

Toda la industria, «la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila» parece haber funcionado, porque Anselmo cree que tiene «por mujer a una segunda Porcia» (la valiente esposa de Marco Bruto) y «un simulacro de la honestidad».

Según el narrador Anselmo, después de haber visto «representar la tragedia de la muerte de su honra», fue «el hombre más sabrosamente engañado que pudo haber en el mundo».

Sin embargo, termina el capítulo treinta y cuatro de manera ominosa: «al cabo de pocos meses volvió Fortuna su rueda y salió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y a Anselmo le costó la vida su impertinente curiosidad».

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Una voluntad servida por una inteligencia

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